INICIO NUESTROS BRIAND ENTREVISTAS CONTACTO

  Qué Buscamos?

 

El pasado es una ficción. Pero una ficción totalmente necesaria.

 

Sabiendo que yendo hacia el pasado el material genético que heredamos se disipa con las sucesivas generaciones, que sólo estamos coleccionando fotos y a lo mejor sólo nombres y datos de gente que jamás conocimos, de los cuales no sabemos nada, ni pueden decirnos ni transmitirnos nada; gente de la cual ignoramos por completo su carácter, sus actitudes, sus pensamientos; sabiendo que ya hoy tenemos un determinado material genético que nos da forma y sentido, y no importa quién nos lo haya transmitido, pues ya está dentro nuestro (podemos decir que fueron las montañas, o las aguas del lago); sabiendo que todo esto no va a alterar demasiado nuestra existencia cotidiana ni nos va a dar ningún empuje triunfador en la vida...por qué insistimos en rastrear a nuestros ancestros?

La respuesta quizás esté, en parte, en un trabajo que el neurobiólogo Austin Hughes hizo hace algunos años. Un excelente modelo teórico que se llamó "Evolution and Human Kinship" (Evolución y Fraternidad, el título del libro en español). El señala que el pasado es, por supuesto, una ficción. Pero una ficción enteramente necesaria. El dice que el pasado es el único punto estable en el constante movimiento de las formas de relación. Y que nosotros necesitamos de un punto estable donde colgar nuestros modelos actuales de relacionamiento con los otros. Porque de la manera en que la relación genética se altera al paso de las generaciones, poco importa a quién uno ponga entre sus ancestros. Pero sí importa -y mucho- que uno tenga sus modos de relación correctos y bien establecidos.

Jorge Luis Borges solía decir que "la nostalgia es una forma de posesión". Somos dueños de eso que añoramos; nos pertenece solamente a nosotros.

Un erudito de las ciencias sociales, Jean Chesnaux, decía que"el pasado es el producto y tejido fundamental de la memoria colectiva, y hay una relación activa de carácter colectivo con el pasado". En las antiguas culturas (chinos, hindúes, griegos, romanos) el culto a los ancestros tenía un importante significado familiar. Y hablamos del culto íntimo familiar hacia los ancestros, no de la necesidad de pertenencia a un clan o a una familia por prestigio. Ellos creían en la protección de los espíritus de sus antepasados, e incluso que podían tener alguna influencia en sus vidas presentes. Y que se podían molestar si no se les daban las ofrendas correspondientes. Aún hoy hay religiones, como los mormones, que creen como un dogma que se puede conseguir la salvación del espíritu de los ancestros fallecidos, y para ello, tienen que identificarlos. De ahí la importancia del trabajo genealógico de la iglesia mormona, dueña de uno de los mayores archivos genealógicos del mundo. Y en la Polinesia, en Africa, y entre los nativos de América también se conserva el culto a los ancestros y se los tiene como figura protectora. Recién en 1945 en Japón se prohibió el culto a los antepasados, por medio del Shinto, como religión oficial del Estado, aunque no se cuestionó su práctica privada.

Heredamos inconscientemente esta idea del culto a los ancestros, como una especie de religión no dogmatizada? No debería impresionarnos mucho, dado que a pesar que mucha gente no cree en la influencia de los astros sobre nuestra vida cotidiana, en sus momentos de razonamiento, no dejan sin embargo de echarle una mirada a la sección de astrología de un diario o de una revista, "a ver cómo nos va a ir hoy". Y esto también es una herencia, una herencia de las épocas en que la astrología no estaba muy diferenciada de la astronomía, y un astrólogo le predecía a un rey el triunfo o fracaso en su próxima batalla. Hasta qué punto estamos "despegados" de nuestras culturas ancestrales?

Nadie puede negar que la dedicación a la genealogía es más un impulso interior que una actividad racional. Pero una herencia inconsciente transcultural no justifica ni explica todo el tiempo gastado en juntar fotos, documentos, actas civiles, realizar viajes hacia las tierras de los antepasados, etc. Allí hay algo más. En línea con  Hughes podríamos decir que, como el pasado es inalterable, es una fotografía ya tomada, una película ya filmada, una obra de arte de la vida ya realizada, es entonces un puerto muy seguro de donde partir. Y es parte del ordenamiento causal -causa, efecto- de nuestra mente: si sabemos de dónde partimos y adónde estamos, esto de alguna manera desahoga la angustia del futuro impredecible. Nos estructura, nos da orden y posicionamiento.

Ese mundo anterior que rastreamos es un sistema estático. al que la interpretación subjetiva transforma en dinámico. La dinámica ficticia del pasado sacude, entonces, la inercia de nuestra observación. Esta inserción dentro de lo que ya no es, equivale a desafiar las leyes físicas y revertir un proceso entrópico. Cuando abrimos un frasco de perfume, el aroma se disipa y se evapora en el aire. Nosotros, en este caso, lo volvemos a poner en el frasco, pero esta vez con nuestra propia fórmula.

En una línea racionalista, no intuitiva, podríamos justificar la dedicación a la genealogía con la famosa frase de Baruch Spinoza: "si no quieres repetir el pasado, estúdialo". Pero no es ése el camino que nos lleva a entender el fervor por los desvanecidos.

También podría decir que la genealogía es un acto de ambición humana; es poder ser dueños de aquello que el paso del tiempo y la limitación de nuestras dimensiones nos ha negado. Es un desafío -y un desafío lúdico- a las fronteras de nuestra existencia. Esto se podría aplicar a cualquier búsqueda científica en general. Pero nuestra familia es algo que nos importa sólo a cada uno de nosotros. Y posiblemente le importe a alguno de nuestros descendientes. Ese sería nuestro legado..

 

Pablo Briand, 22 de Junio de 2009. Una mañana de cielo nublado en Miami Beach.