Cuando el hombre comienza a pensarse a sí mismo y se aleja del concepto de que todo está regido por una omniprescencia divina controlada por la Iglesia, comienza el Renacimiento. Y un nuevo camino hacia Dios.

Comenzaba el siglo XVI y Konstantinos Lascaris, erudito griego, presentía que su vida terminaba. En su casa de Sicilia recordaba la primera vez que había llegado en barco, a fin de 1453, desde Rodas a las costas de Sicilia. Bizancio, la Gran Bizancio, la magnífica ciudad del Mediterráneo había caído en poder del Sultán Mahommet II, después de 40 días de asedio. Los turcos se habían apoderado de Constantinopla, habían entrado a la Catedral de Santa Sofía y retirado las imágenes de sus vírgenes. Ahora había en el Imperio Romano de Oriente una nueva religión, un nuevo idioma oficial, otras costumbres y otros señores. Lascari tenía que irse, y qué mejor que a Italia, donde el Cardenal Basilios Bessarion, también griego, lo esperaba y le iba a ofrecer la cátedra de griego para los monjes basileos de Messina. Luego recordaba cuando el Duque Ludovico Sforza lo nombró tutor de su hija en Milán, y él allí pudo publicar en 1467 La Grammatica de la lengua griega, que fue impresa con el nuevo invento de Gutemberg, y difundida por todas partes. Su Grammatica pudo abrir los ojos y las mentes de los hombres del fin de la era medieval a la cultura y tradición griega olvidada: a los pensamientos de los grandes filósofos, de los grandes artistas de la antigüedad. Luego vio cómo muchos otros sabios griegos lo siguieron, y desembarcaron en Italia más de 100 gramáticos, humanistas, escritores, pintores, músicos, astrónomos, arquitectos, filósofos, científicos y teólogos. Todos ellos traían la mayor riqueza de la humanidad a Europa: la cultura de los antiguos griegos. Redescubrieron a Platón, Sócrates, Aristóteles, tomaron contacto con las alturas y las profundidades del pensamiento helenístico, con el concepto del átomo, con las grandes ideas humanistas filosóficas. Lascari había contribuído a sembrar la semilla del Renacimiento de Europa, el fin de una era oscurantista de limitadas percepciones. En 1501, él sabía que su obra estaba concluída y difundida, y podía entonces morir tranquilo.

Cuando se descubren nuevos mundos más allá del Atlántico, cuando se empiezan a cuestionar todas las teorías heliocéntricas, cuando la paz en Europa luego de la Guerra de los Cien Años permite dedicarse a replantear la visión del mundo, cuando los Sultanes del Imperio Turco conquistan Constantinopla, arrojando sobre las costas de Europa la re-lectura de todo el conocimiento antiguo y la invención de la imprenta por Gutemberg permite difundir esta riqueza cultural por todos lados, cuando las reformas religiosas comienzan a socavar el súper-poder de la Iglesia Católica, cuando la tranquilidad de un mundo sin conflictos comienza a sugerir un primer plano de lo estético sobre lo práctico, entonces todo cambia. Lenta, pero progresivamente cambia. El hombre, la sociedad, las naciones, todo despierta de una visión estrecha y marginada, si bien muy ordenada, del mundo. Cambian la política, las costumbres,  la filosofía, la música, la pintura, la arquitectura, la literatura, la poesía, cambia el espíritu del ser humano. Una nueva sociedad burguesa se hace más importante e influyente en la política. Comerciar ya no es pecado, y se desarrolla la banca y los primeros negocios financieros. El feudalismo llega a su fin, las estructuras sociales se reordenan. El Humanismo conmueve los cimientos de una cosmogonía hiperreligiosa. El hombre comienza a avanzar sus pasos con más seguridad, con determinación y confianza en sus logros. Después de siglos de oscurantismo medieval, se produce el renacer a las antiguas y riquísimas tradiciones y culturas de Grecia y Roma.

El Renacimiento no es más que una expresión de nuestro mundo de hoy sobre lo que pasó en los siglos XV y XVI. Comprende una transformación completa, que no se dio de golpe, sino paulatinamente, y surgió de las costas de Italia. Navegó por el Mediterráneo, y entró a paso tranquilo en toda Europa. Y fue el fin de la oscuridad. Este es un renacer a una nueva visión del universo: desde un mundo estrecho y limitado en conocimientos, y sólo expresado en un pobre latín, los ojos y las mentes de Europa se abren a otro más grande geográficamente, con un nuevo continente, más rico en cultura y conocimientos, expresado en latín culto, en griego, y traducido a todas las lenguas regionales; un mundo que deja de ser teocéntrico para volverse antropocéntrico. Un universo que incorpora la filosofía Humanista. Nuestras mentes de hoy están formadas y coloreadas, sin duda,  por este período.

 

El Renacimiento dio hombres de una versatilidad y amplitud en sus conocimientos no igualada hasta hoy en día. Abiertos a toda la cultura universal, eran a la vez artistas, científicos, astrónomos, matemáticos, filósofos...y en todo avanzaban exitosamente. Leonardo Da Vinci fue el típico ejemplo de esta clase de hombres. El pensamiento de la época se puede resumir en su figura de El Hombre de Vitruvio, donde el hombre es ahora la medida de todas las cosas, el concepto del equilibrio, la belleza y la perfección.

El pensamiento de la época, al alejarse de las presiones de una sociedad eminentemente teocrática, se ve influenciado por las ideas humanistas traídas de Grecia, y Erasmo de Rotterdam es el teólogo que equilibra las posiciones entre la recién nacida Reforma Protestante y la Iglesia Católica. Humanista de espíritu independiente, él quiere tener un pensamiento libre de toda influencia. Amigo personal de Martín Lutero, se puede decir que él es quien abre las puertas a la Reforma, aunque se niega a participar de las luchas entre ambos bandos. A él se le puede atribuir haber formado, en gran parte, la mentalidad del hombre del Renacimiento.

Hombre de Vitrurio

El Renacimiento llega a Francia en su último período, a principios del Siglo XVI. En la vida cotidiana, se desarrolla el gusto al confort, a los placeres, al lujo. Se disfrutan la música, la danza, los jardines, la iluminación y el romance. Es en esta atmósfera elegante que se levantan los famosos castillos del Valle del Loire. El arte toma los fundamentos clásicos griegos: el desnudo deja de ser pecado, se pintan figuras mitológicas y tiene gran importancia el retrato. La arquitectura redescubre las columnas, los pilastros, los capiteles, las terrazas, los arcos de triunfo. Las formas francesas se vuelven más simples y equilibradas que las italianas. La ciencia se aparta de la magia y predomina la idea de que a más progreso científico, más conocimiento. Filósofos humanistas como Michel de Montagne relativizan la cultura y abren la mente a cualquier conocimiento, sin prejuicios. En literatura, surge un  Rabelais, a quien se lo ha llamado el Cervantes de la lengua francesa. La monarquía se apoya más en los ricos burgueses que en los antiguos señores. El rey Francisco I, en 1539, declara a la lengua francesa como oficial, mediante la Ordenanza de Villiers-Coterêt. 

-Quien se conoce a sí mismo, conoce también a los otros, pues cada hombre lleva en sí mismo la forma entera de la condición humana.

Michel de Montaigne.

Y será en este ambiente donde encontramos al primer Briand de nuestra familia que tenemos en nuestra memoria y en nuestros registros.

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